Hace ya dos años, empecé a compartir mis #BuenasCostumbres, aquellos hábitos con los que intento mantener la cordura y mi estabilidad. Con el tiempo, no solo he validado la eficacia de ese primer decálogo, sino que he encontrado nuevas acciones que no solo me mantienen sana, pero también que me inspiran a ser mejor. Y como este 2024 lo declaramos como un año de transformaciones positivas, aquí les dejo cinco nuevas buenas costumbres para incorporar.
1. Definirse, y disciplinarse.
¿Acaso sabes quién quieres ser en el espacio tan breve que es la vida? La mayoría de las veces tenemos claridad de las cosas que queremos, y sabemos muy bien plantearnos objetivos que son metas finitas. Pero raras veces pensamos esas resoluciones desde el ser. Victor Frankl, en el regalo que es “El hombre en busca de sentido”, nos recuerda:
“Cada hombre, incluso en condiciones trágicas, puede decidir quién quiere ser - espiritual y mentalmente - y conservar su dignidad humana.”
Tener claridad de quiénes somos, los principios y valores que como individuos decidimos priorizar, es la clave y la brújula para vivir con libertad. No existen las condiciones ideales para ser la versión de nosotros que aspiramos, ni vivir las vidas que deseamos vivir. Eso solo sucede a través de nuestra convicción y disciplina para mantenernos fieles a sea visión que tengamos de ello.
Esa disciplina, tanto mental como física, es fundamental. Es la base de nuestra resiliencia y la principal promotora de nuestro enfoque. Y también es el ancla más importante para nuestra nuestra identidad. Entre tanto contenido y visibilidad que tenemos de cómo los demás viven sus vidas, el simple acto de vivir puede sentirse como una competencia de popularidad o aceptación. Para mantenernos auténticos, preservar nuestra esencia, definir quiénes somos y ejercerlo con disciplina es imprescindible. Esos momentos donde nos sentimos vulnerables al ser diferentes, en la faena de mantenernos fieles a esos principios y valores de quiénes queremos ser, son pequeñas pruebas diarias que retan nuestra convicción. Dejar de ser quiénes somos para integrarnos puede ser mucho más fácil de lo que creemos. Después de todo, lo que somos, en qué nos convertimos, consiste en las cosas que hacemos.
2. Vive bajo tus propios estándares
A los 76 años, con un gran recorrido de vida como ex Primera Dama de los Estados Unidos, Eleanor Roosevelt escribió “Lo que aprendí viviendo”, un compendio que desglosa su filosofía y moralejas de una vida con legado y qué significa ser felices.
Una de sus principales conclusiones es que nuestra integridad personal es el centro de nuestra capacidad para ser felices. ¿Y en qué consiste esa integridad? Así como la primera buena costumbre de hoy es definir quienes somos, la que le sigue es vivir nuestras creencias y habitar esos anhelos que alojamos en nuestro interior. Eso es ser íntegros con nosotros mismos.
“Es tu vida, pero sólo si así lo haces. Los estándares según los cuales vives deben ser tus propios estándares, tus propios valores, tus propias convicciones con respecto a lo que está bien y lo que está mal, lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es importante y lo que es trivial. Cuando adoptas las normas y los valores de otra persona, de una comunidad o de un grupo de presión, renuncias a tu propia integridad. Te vuelves, en la medida de tu rendición, menos ser humano”.
3. Fluye, como el agua.
¿Cuántas veces nos repetimos cuando estamos contrariados “hay que fluir”? O mejor aún, entregamos ese consejo a alguien más frente a algún obstáculo. Fluye. Yo me lo repito muchas veces, y aún me cuesta (y al decir que me cuesta, me refiero a que no lo logro). La verdad es que ‘fluir; es un verbo tan intangible, que a veces me genera más preguntas que respuestas. La interpretación más evidente sería dejarse llevar con lo que venga. Pero si ya hemos hablado de autodefinirnos, y de defender nuestros estándares y valores, ¿dejarse llevar no sería contraproducente?
El que encontró el mejor balance de esa definición de fluir fue probablemente Bruce Lee, con su metáfora de “ser como el agua”. Y sí, es probablemente la metáfora más frustrante que podemos encontrar, pues en principio tampoco ilustra mucho, pero tiene su punto. En el corazón de esta frase se encuentra el concepto chino del wu Wei, el “tratar de no intentar”. Básicamente es una invitación al desapego. Otra interpretación a una otra frase sobre la cual he escrito anteriormente: lo que resistes, perdura… ¿por qué no dejarlo ir?
Ojo, esto no significa volvernos insensibles ni indiferentes. Se trata de dejar pasar nuestros pensamientos y emociones sin aferrarnos a los mismos. Lee descubrió esta metáfora, en medio de la frustración de no poder asimilar las enseñanzas de su maestro, golpeando el agua de un estanque, y apreció como el agua ésta sencillamente cambiaba de forma, pero nunca dejaba de ser agua ni de estar ahí. De ahí el buscar que nuestras emociones y pensamientos sean líquidos. No son valores, sino reflejos ante situaciones específicas que atravesamos, y no tienen porqué ser lo que nos define, ni un ancla a la cual aferrarnos. Al intentar ‘ser como el agua’, buscamos crear un estado mental de adaptabilidad y resiliencia, pues así como agua se adapta y moldea ante todas sus circunstancias, ya sea en el envase más pequeño, o atravesando el muro más grueso, nuestra mente y nuestras emociones pueden ser temporales, hasta breves, para ante todo acompañarnos a navegar las situaciones que se nos presentan.
4. Sé gentil, sobre todo contigo mismo.
Vivir es difícil… y admitirlo no nos convierte en personas débiles ni malagradecidas. Ser humanos, vulnerables, finitos como somos, es aterrador. Y ante los pensamientos oscuros que a veces nos invaden, Leo Tolstoy nos enseñó el antídoto perfecto: la bondad.
“Nada puede hacer nuestra vida, o las vidas de otras personas, más hermosa que la bondad perpetua.”
Es a través de esa bondad y gentileza que logramos salvarnos los unos a los otros a través de pequeños actos todos los días. Si pensamos, ¿acaso hay un momento en el que nos sintamos más desamparados, que cuando nos encontramos aislados de los demás? ¿Y qué tan pequeño, pero a la vez tan grande, fue ese gesto que nos sacó de esos momentos?
El acto más grande empieza con ser bondadoso con uno mismo. Las conversaciones que tenemos en nuestra cabeza con nosotros mismos. Ver nuestras vidas con compasión, auto perdonarnos nuestros errores, y sobre todo, gestionar nuestras expectativas. Ser un poco menos ambiciosos y perfeccionistas, pues la perfección muchas veces se convierte en un obstáculo más que en un objetivo. Perdonarnos a nosotros mismos cuando cometemos errores. Y sobre todo agradecer por lo que somos, por lo logrado, nuestras fortalezas, y los aspectos positivos que rodeen nuestras vidas.
5. Cultiva los vínculos y la amistad sincera.
Hay muchas cosas grandiosas en la vida, pero una en la que probablemente todos podemos coincidir, es el regalo de la amistad. ¿Cuántas veces no reímos solos recordando anécdotas y momentos con grandes amigos? ¿O sentimos nostalgia por esas grandes amistades que hoy quizá no están tan presentes como antes?
Desde la simplicidad en la amistad entre dos niños pequeños que empieza con el juego, hasta la complejidad de esas relaciones adultas como nuestros compañeros de trabajo, jefes, o conocidos, la realidad es que nuestra naturaleza nos orienta a construir vínculos por inercia. Y no es que ahora todo el mundo tenga un rol de forma obligatoria. Pero busquemos siempre un espacio para nutrir y preservar aquellas amistades que genuinamente conviven con quienes somos en nuestra esencia.
El autor Ralph Waldo Emerson diferenciaba como amistad aquellas relaciones que presentaban dos condiciones fundamentales:
La verdad, en el sentido de que un amigo verdadero nos permite ser sinceros. La sinceridad, en una sociedad tan polarizada e inmediata, es cada vez más un lujo. Ser como somos sin miedo a que nos juzguen, es verdaderamente un privilegio.
Ternura, en la calidez y empatía que nos brindan los verdaderos amigos. Esos que están no solo en la celebración, sino en los tiempos más difíciles acompañándonos. Y siempre está presente en los momentos más simples, ya sea en la risa de un chiste compartido o en la compañía de un silencio.
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